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Lecturas de verano. 26: "Manos blancas no ofenden".

 
Esta expresión, que ya era de uso proverbial en los siglos XVI y XVII y que da título a una comedia de Calderón de la Barca, se hizo popular a raíz de un anecdótico episodio que sufrió don Francisco Tadeo de Calomarde, ministro de Gracia y Justicia de Fernando VII, a manos de la infanta Luisa Carlota el 22 de septiembre de 1832. Ese día, la dama en cuestión, hermana de la reina Cristina y cuñada del rey, le plantó un sonoro bofetón cuando se topó con él en los pasillos de La Granja de San Ildefonso, en Segovia. La razón de su enfado era que Calomarde, en representación de los carlistas, había logrado que el moribundo monarca firmara un decreto en el que se restablecía la ley sálica, que excluía del trono a las mujeres. De esta manera, Carlos María Isidro, hermano del rey, se convertiría en el sucesor de la Corona y no la única hija de este, la futura Isabel II. Así las cosas, tras recibir la bofetada más famosa de nuestra historia, el conspirador Calomardo contestó con diplomacia: "Señora, manos blancos no ofenden". Hoy se da a entender con esta frase que las ofensas o los malos tratamientos no causan ningún efecto en el ofendido porque en parte son merecidos.
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