Capítulo Dosmilésimo octingentésimo septuagésimo séptimo: “Toda tu vida cambia para mejor en el instante en que tomas esa decisión a la que llevabas tiempo dándole vueltas”. (Fernando Botero, 1931; escultor colombiano).
Unos se compran una moto para sentir la velocidad en los pocos pelos que le quedan; otros se apuntan a clases de buceo para dárselas de poder aguantar mucho bajo el agua; y a otros nos da por abrirnos una cuenta en
snapchat. El caso es sentirse joven. Aclaro: no es que uno sea viejo, pero resulta que en
snapchat cualquiera que tenga más de treinta años es considerado de la
tercera edad. Los que ya tenemos unos años hemos tenido
msn, hi5, myspace, secondlife, facebook, twitter, tumblr, instagram y hasta
google+ así que no podíamos quedarnos sin abrir una cuenta en
snapchat. Somos hombres de nuestro tiempo, aunque estos tiempos sean cada vez menos los nuestros.
Tras un accidentado comienzo -la cosa era tan sosa que pensé que me había descargado una aplicación incompleta- logré ponerme
al día. Empecé a subir vídeos filmados desde los ángulos que mejor disimulaban las entradas, imágenes con la cara distorsionada que me hacía parecer (más) imbécil y a poner
emoticonos con fervor quinceañero. En menos de dos días había llegado a la conclusión de que aquello no servía para nada.
No sé si puedo sacar conclusiones sobre el futuro de la humanidad después de perder mi tiempo en
snapchat, lo que si puedo asegurar, es que logré aprender algo sobre mí mismo, y eso es que nunca más en la vida podré entender el tiempo presente. Por lo mismo, más vale dedicarme a recordar, hasta el día de mi muerte, el ruido que hacían los
módems del siglo pasado.
Por más que intentemos disimularlo ya vamos
cuesta abajo. Eso sí, que dure.