-   


  

2704. Jueves, 23 julio, 2015

 
Capítulo Dosmilésimo septingentésimo cuarto: “Otoño es un segundo verano en el que cada hoja es una flor”. (Albert Camus, 1913-1960, filósofo francés).

Cada uno decide su camino en la vida posicionándose al lado del bien o del mal. Como les ha ocurrido a las sillas. Hace mucho ya que este mundo se dividió en buenas y malas. Unas, las buenas, evolucionado a mulliditos sofás en los que acurrucarte, o a tuneadas sillas de ruedas que ayudan a la humanidad. Otro grupo, sin embargo, abrazó el lado oscuro. Ahí están las sillas de tortura o las eléctricas… o peor que ambas juntas, esas que esparcen su maldad de una manera más sutil y más disimulada: las sillas de oficina.

Uno apenas se da cuenta pero a la media hora de estar sentado en una el culo empieza a tomar una forma apaisada -culocarpeta- y duele, duele mucho. Sin embargo, sabiendo la silla que te tiene atrapado por un mísero salariodemierda, no se conforma con machacarte esa parte sino que se emplea a fondo con la espalda, una espalda que poco a poco se va curvando hasta acabar peor que el jorobado de notredame recién levantado

Algunas, además, están dotadas de terroríficos complementos para putearte hasta el infinito y más allá. Esas ruedecitas que jamás seguirán el itinerario que tu deseas y que acaban enviándote -siempre a mala leche- al lado opuesto del que quieras ir. Y qué decir del cabezal pivotante dispuesto para que puedan girar sobre su mismo eje, que pruebas -por aquello de que podía ser divertido- y antes de que te des cuenta estás completamente mareado y echando la pota hasta de lo que no sabes ni que habías comido.

Y dicen que las de tortura son otras, ya sí.