-   


  

  580. Martes, 19 Julio, 2005

 
Capítulo Quingentésimo octogésimo: "La mayoría de las personas son como alfileres: sus cabezas no son lo más importante". (Jonathan Swift, 1667-1745, escritor irlandés)

A uno no le queda más remedio que ser uno mismo. En ese sentido la vida no consiste más que en el trabajo de aceptarse y ser aceptado.

Algo fácil cuando uno tiene 18 años, cuerpo de bombero y sonrisa de anuncio, pero algo más complicado cuando con quien te suelen confundir es con Woody Allen.

En esos casos conviene echar mano de otras "armas", quizás menos visibles a primera vista, pero que basta con mostrarlas una vez para ser bien recibido y hasta completamente aceptado.

El pintor francés Henri Toulouse-Lautrec sufrió en su infancia un accidente que redujo a la mitad la longitud de sus piernas y curvó su columna vertebral para siempre.

Durante años fue un joven contrahecho y amargado que se lamentaba de su aspecto físico hasta que, de casualidad, fue a parar a un prestigioso burdel de París.

Allí encontró su verdadero hogar, un sitio donde era querido y respetado, un sitio en donde por fin encontró gente que le apreciaba de verdad...

Y es que, además de por sus cualidades humanas (que seguro que también), una de las razones del buen recibimiento que obtuvo en dicho burdel fue una hipertrofia, estratégicamente localizada en cierto órgano de su cuerpo, y por la que se ganó el sobrenombre de "la tetera".

Cada uno "explota" lo que puede... o lo que tiene.