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  405. Viernes, 1 Octubre, 2004

 
Capítulo Cuadringentésimo quinto: "Al fin y al cabo un espermatozoide no es más que una partícula de polvo". (Luis, S., 28 años, actor porno).

El reconocimiento de todos los derechos a los matrimonios gays..., el reconocimiento de mis derechos, ¡por fin!, hoy.. espero.

Pero que se reconozca un derecho no obliga a ejercitarlo; Cada vez que surge el tema digo y repito lo mismo una y otra vez: estoy irremediablemente en contra de este asunto, algo que, pensando como piensa mi señor marido, precisamente todo lo contrario, está provocando algún que otro "intercambio de opiniones".

La razón de este rechazo, confieso que casi visceral, no puede ser más sencilla, antes, ahora y siempre he estado y estaré radicalmente en contra de esa tumba del amor que llaman "matrimonio" y claro, no va a estar uno en contra del maridaje entre los heterosexuales, -que podía comprender teniendo en cuenta sus gustos tan raritos-, y luego a favor de que nos casemos los de las otras "tendencias", mucho más normales

Lo que no deja de ser un despropósito es como se encuentra la situación al día de hoy, nadie con un mínimo de coherencia puede entender que no todo el mundo tenga las mismas oportunidades y los mismos derechos a la hora de equivocarse, es decir, que cualquiera pueda, independientemente de su condición sexo o raza, oficializar ese "hipotético" amor eterno si le da la real, o en su caso republicana, gana.

Piensa uno, quizá con cierta ingenuidad y mucho optimismo, que, refiriéndose a maricones y bollos -"gayses" y "lesbianas" que dicen ahora-, lo más normal del mundo es que la gente trate el asunto exactamente igual que si se tratara del resto de los mortales.

Al fin y al cabo el matrimonio no es más que un contrato entre dos personas que están dispuestas a formalizar ante la ley una convivencia, juntos, hasta que dure el deseo de compartir existencia.

Es decir, una trampa para osos que lo único que suele acarrear es un montón de complicaciones a la hora de deshacer, si llegara el momento, una relación que, sin papeles firmados, se podría resolver con "un adiós, muy buenas".

Y esto lo dice alguien que hace unos días cumplió 36 años y lleva casi 19 de ellos con la misma pareja, de su mismo sexo ¡por supuesto!... que uno será pobre pero decente.