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  384. Miércoles, 1 Septiembre, 2004

 
Capítulo Tricentésimo octogésimo cuarto: ¿Por qué el aparato para ver cosas pequeñas es mío: "mi-croscopio", pero el de ver culos tiene que ser tuyo: "tu-bérculo"?

Se acabó lo que se daba, entrar por la puerta el primer día y lanzar maldiciones varias ha sido algo mecánico.

Sin embargo estoy dispuesto a que esta vuelta sea distinta, he puesto en funcionamiento la recomendación de un señor que, muy amable él, me ha dado un consejo para sobrellevar estos duros días.

Rascándose la papada me dijo: "tu piensa que otros están peor".

Y me he puesto a buscar, no ha sido fácil, pero creo que al final he encontrado a alguien que me gana en cuanto a tener unas peores condiciones de "trabajo" que las mías: la futura emperatriz del Japón.

Le pagarán más, seguro, pero a cambio:

Una mujer designada por la Agencia de la Casa Imperial debe estar siempre con la esposa del príncipe y controlar todos sus movimientos.

Para salir a la calle debe de hacer una petición por escrito con quince días de antelación y no siempre se le concede.

No puede ver la televisión ni usar gafas.

Debe vestir el kimono tradicional, que pesa 12 kilos, y cambiárselo ocho veces al día.

Le está prohibido mirar a ningún hombre directamente a los ojos, incluido su propio esposo.

Debe inclinarse 15 grados ante personas ajenas a la corte, 30 ante la realeza y 45 grados ante los emperadores.

Siempre debe opinar lo mismo que el príncipe.

Está claro que sarna con gusto no pica.. pero vaya si mortifica. ¡Virgencita, virgencita que me quede como estoy!