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  332. Lunes, 17 Mayo, 2004

 
Capítulo Tricentésimo trigésimo segundo: ¿Por qué al planchar la manga de la camisa siempre acaba arrugada la otra manga?

A los que somos de ciudades como Salamanca, dónde la cantidad de turistas por metro cuadrado en cada rincón del "turisteo" suele ser como la salida del Bernabeu en un partido Madrid-Barcelona, siempre nos ha llamado la atención esa manía que tienen todos los que vienen de fuera, de asistir a costumbres, tradiciones y sitios que en absoluto visitaríamos los propios del lugar.

¿Alguien de Madrid, por ejemplo, va a cenar a los "tablaos" de la Plaza Mayor?, ¿alguien de Sevilla y en pleno mes de agosto, se pone un sombrero rojo pasión para comer paella con sangría a las dos de la tarde en una terraza del barrio de Santa Cruz?, o ¿alguien de Salamanca ha perdido alguna vez más de dos minutos de su vida en buscar una rana en la fachada de la Universidad, que, por otra parte, no es más que un pegote de cemento?

Bueno, pues los turistas encantados de "imitar" las, presuntamente autóctonas tradiciones que sólo existen en las guías turísticas.

Eso sí, el que esté libre de pecado que tire la primera piedra, que todos, en cuanto salimos de los límites habituales nos comportamos con usos y maneras de "turista" por más que intentemos evitarlo.

Claro, normal que luego, cuando uno vuelve a ver a la familia y se da una vuelta por la Catedral, lo único que encuentre sean japoneses, aunque, como dice Carlos Herrera eso tienen su explicación: Japón es tan pequeño y con tanta gente, que no tienen más remedio que mantener una colonia de ciudadanos dando vueltas por el mundo.

Y encima, ejerciendo de turistas.