Capítulo Tresmilésimo centésimo nonagésimo tercero: “Nuestro cuerpo son nuestros jardines, nuestras voluntades son nuestros jardineros”. (William Shakespeare, 1564 – 1616; dramaturgo inglés).
Desayuno, la comida (al menos hasta que se les ocurra lo contrario) más importante del día. Y para gustos colores. Los franceses adoran sus
cruasanes y su
caféolé que devoran con ese aire de superioridad tan suyo. En Australia son
fans, pero
fans, fans, (así, en plural) de la mantequilla de cacahuete y también del
vegetime, una pasta para untar de lo más salada. Los alemanes le dan a las
wursts (salchichas), quesos y pan... con café para tragarlo todo. En Marruecos desayunan también con pan (de muchos tipos, el
baghir, el mejor) a los que añaden salsas picantes, quesos y mantequilla. Los suecos le dan al
pannkakor, una especie de
crêpe, lleno de fruta y montones de nata montada.
En los U.S.A. (
iu-es-ei) desayunan tortitas bien gordas, guarnición abundante de
bacon, y que todo esté ahogado en mantequilla y sirope de arce.
El desayuno nacional nipón es
tofu en salsa de soja.
Uno de ellos es el paraíso de los cardiólogos (que cobran a un huevo la hora), el otro resulta ser el país donde (aunque sean chiquitos feos y miopes) más tiempo vive el personal.
Pura casualidad. Evidentemente.