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3023. Lunes, 30 enero, 2017

 
Capítulo Tresmilésimo vigésimo tercero: “Vive la vida y olvida la edad”. (Norman Vincent Peale, 1898 – 1993; escritor estadounidense).

Todo se cae. Y no es porque de pronto la fuerza de la gravedad se ensañe sino que con los años se pierde músculo, colágeno y elasticidad. Y todo engorda. El metabolismo se vuelve más lento y el cuerpo entra en fase palomita de maíz en microondas y, como el universo, se expande. Se tarda más en raparse las orejas que la cabeza y el de la nariz, espalda, pecho, entrecejo y oreja (entre otros muchos sitios) crece. El colágeno y las fibras del cartílago pierden flexibilidad, ocasionando que la piel se estire haciendo que ciertas partes del cuerpo como las orejas y la nariz queden igual que cuando se deja colgada una camiseta en el tendedero. A partir de los 30 uno empieza a encogerse a un ritmo de entre seis a ocho milímetros cada diez años porque las vértebras pierden fluido. Además, el arco de los pies se aplana y la masa muscular disminuye, afectando a la postura. Más bajos y más encorvados.

Cuando el cerebro envejece las conexiones neuronales son mucho más débiles y lentas. Cada día que pasa, la reproducción de las células se va volviendo menos eficiente. Las células encargadas de los melanocitos que pigmentan el pelo funcionan como una fotocopiadora, al principio sacan impresiones de buena calidad pero con el uso y el desgaste de la máquina las copias salen cada vez más despintadas. Igual le pasa al tinte natural del pelo.

Pero no todo es malo. Resulta que la edad de las células más viejas del cuerpo nunca pasa de los diez años. Un cuerpo que está en constante renovación (cada siete años estrenamos esqueleto, por ejemplo). Por lo tanto, y aunque según el deenei estemos en la medianaedad, la mayoría tenemos 10 años o menos. Al menos técnicamente. El que no se conforma es porque no quiere.