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2915. Lunes, 11 julio, 2016

 
Capítulo Dosmilésimo noningentésimo decimoquinto: "Nunca es tiempo perdido el que se emplea en escuchar con humildad cosas que no se entienden”. (Eugenio d'Ors, 1881 – 1954; escritor español).

Te invitan, por cumplir, a un recital de poesía en un bar de “intensos”. Va repleto de veinteañeros aspirantes a profundos que habían sustituido los perros y las flautas por sonetos pretenciosos y arrugados. Empezó una chica cantando (?) a los pajaritos, las margaritas y las estrellas. Desastre. La reveló una feminista lesboconfusa que se puso a buscar una relación entre su vida sentimental y el ineludible abocamiento del mundo a su destrucción final. Nada nuevo. Normalmente se suele esperar a cumplir los cuarenta para entrar en la barrena de ese tipo de soplapolleces. Pero estaría en racha.

El tercero en subirse al cadalso (llamado escenario por ellos) fue el peor. Con voz temblorosa se puso el gachó a soltar una parrafada lírica. Uno sabe que un poema es malo (o que ni siquiera es poema) cuando el pretendido poeta incluye expresiones como "montado en un alado caballo blanco", "las flores lloran", "maltrato al niño interior" y mamarrachadas de ese estilo. Seguidores de Alan Moore ansiosos de repudiar sus privilegios primermundistas (que abrazan con evangelista fervor), pero desde la comodidad de no renunciar a ninguno de los placeres de los que reniegan, observándonos y evaluándonos con su evidente superioridad moral y gestos de perdonavidas por no ser tan comprometidamente profundos como ellos.

Todo me resultaba muy familiar… pero tan lejano. Una porquería esto de que los años te vuelvan tan asquerosamente realista.