-   


  

2890. Lunes, 6 junio, 2016

 
Capítulo Dosmilésimo octingentésimo nonagésimo: “!Es tan corto el amor y es tan largo el olvido!". Pablo Neruda, 1904 – 1973; poeta chileno).

Mi primer paraíso fueron cuatro paredes blancas presididas por una desgastada pizarra. Adán se llamaba Emilio. Olía a pegamento y suavizante y su media sonrisa temblorosa -siempre escondida bajo su tartamudez- retumbaba en mi cabeza como una carcajada burlona y mágica. Tenía quince años, me había enamorado como un burro y buscaba desesperadamente una maldita manzana con la que condenarme para siempre junto a él. Pero el responsable de aquel radiante desaguisado olvidó dejarla a mi alcance. O, abusando de su poderío, lo hizo a conciencia, porque sabía que hubiera mordido hasta las raíces del árbol. Tantos años y todavía sigo recordando -con toda la ternura del mundo- aquel ingenuo y candoroso primer amor.

Dicho lo cual -y ya entre nosotros-… ¿a qué parece mentira que a estas edades todavía uno pueda llegar a ponerse tan rematadamente cursi?