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2878. Jueves, 19 mayo, 2016

 
Capítulo Dosmilésimo octingentésimo septuagésimo octavo: “La piel humana separa el mundo en dos espacios: el lado del color y el lado del dolor”. (Paul Valéry, 1871, 1945, poeta francés).

Las manchas son malas. Si ocurren en casa con la camiseta puesta no pasa nada, hasta se añaden a la amplia colección de ellas que ya están impresas y suben su cotización, pero una mancha en momento inoportuno puede ser un tortuoso vietnam personal que acabará dejando una huella imborrable hasta el final de los días en lo más profundo de nuestra mente.

No hay mancha que no se pueda limpiar. Pero hay que hacerlo con calma o llegará el desastre. Cuando cae una lo más normal es atacar el objetivo con algún producto que tengas a mano, un error, estos productos suelen contener lejía y lo único que conseguirán es que la mancha cambie de color. Lo menos malo es absorber todo lo que se pueda con una bayeta y luego frotar con agua y un poco de detergente.

Aunque este consejo dependerá del tipo de mancha. Como truco vale para las manchas de vino, sangre o vómito, pero si la mancha es, por ejemplo, de residuos radioactivos, algo muuuuuucho más frecuente de lo que uno se cree, se necesitará mucha paciencia y conocer el causante de la misma ya algunos elementos radioactivos, como el yodo, se descomponen rápido, con lo que bastaría rascar donde haya caído para después tirarlo a la basura. En cambio otros, como el torio, siguen siendo radioactivos tres millones de años y en este caso lo mejor es meter la camiseta en un barril, enterrarlo y que la gente del futuro descubra qué hacer con ella.