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2791. Lunes, 21 diciembre, 2015

 
Capítulo Dosmilésimo septingentésimo nonagésimo primero: “Los hombres son como los zapatos, hasta que no hay un poco de roce no sabes si te van a hacer daño” (Proverbio escocés).

Todos hicimos varias. Te regalaban el álbum (genios del marketing) y cada día ibas al quiosco a comprar cromos nuevos (previo sisamiento de calderilla). Había dos tipos, los sile y los nole. La hora importante era la del recreo cuando armado con un taco de cromos que no te cabía en una mano, siempre bien resguardados y recogidos por una goma elástica que le daba varias vueltas a los 500 cromos repes, buscabas a otro con un taco similar. Comenzaba el ritual. El chaval empezaba a pasar los cromos uno por uno en un proceso de velocidad informática acompañado por la cantinela: sile, sile, sile, sile, nole… te emocionabas, lo apartabas y seguías: sile, sile, sile… Y así hasta que todos los noles estaban apartados y empezaba el proceso a la inversa. Lo difícil era acabarla, y no por una cuestión estadística, sino porque los cabrones que los fabricaban escogían algunos y hacían pocas copias de ellos, por lo que conseguirlos era una misión complicada. Que llegaba un momento, cuando te faltaba uno, que venga a comprar sobres y todos repes, repes, repes, esperando ansioso que saliera justo ése. La misma sensación de angustia que años más tarde tanta gente experimenta cuando, jugando al bingo, les falta un número y no acaba de salir. Supongo.

Pero lo más asombroso de aquello es lo acojonantemente potente, a la vez que selectiva, que era nuestra memoria. Podías tener problemas para memorizar la tabla del siete (fijo), pero si la colección tenía 286 cromos, te los sabías todos. Memorizabas hasta los que no tenías, no se te escapaba ni uno. Yo que los de la docencia miraría por ahí a la hora de enseñar. Viendo los resultados mejor que lo de ahora... cualquier cosa.