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2603. Miércoles, 18 febrero, 2015

 
Capítulo Dosmilésimo sexcentésimo tercero: Si podéis curar, curad; si no podéis curar, calmad; y si no podéis calmar, consolad". (Augusto Murri, 1841-1932; médico italiano).

Estás enfermo, quieres que te curen y vas al médico para que te diagnostique, que, por cierto, la palabra suena como chunga; tú te encuentras a un tío en un callejón oscuro que te dice: “ven pequeño que te voy a diagnosticar”, y da miedo, mucho miedo. Para ir al médico lo primero que tienes que hacer es pedir hora, algo que no es tan fácil como, por ejemplo, pedir en la calle. Aquí pedir es un término complejo que requiere de ecuaciones matemáticas muy complicadas y de cuadres de agendas que, una vez verificadas con el correspondiente cruce de miles de datos, es posible que te sea concedido varios días más tarde. Algo que no deja de tener su punto, porque vas con gripe y el tío te dice “deberá guardar unos dos o tres días de cama” y tú, adelantándote a su tratamiento le cortas diciéndole: “ vale, eso está hecho, ¿qué más?”.

Pero lo más curioso es la pregunta que te hacen nada más llegar, que parece mentira que unos tíos con estudios sean capaces de hacerte la pregunta más estúpida de la historia de las preguntas de la humanidad. Van y te sueltan: “bien, dígame ¿qué le pasa?" Que te dan ganas de decirle: “nada, que me dan morbo las batas de médico y venía a ver si me pongo un poco". ¿Cómo que qué me pasa? pues que estoy enfermo macho, si no, no vendría. Que eso es como cuando trabajas vendiendo hamburguesas y te encuentras a un colega que hace mucho que no ves y te dice "¡hostías, trabajas aquí!" Y tú: “no es que soy muy fan del burgerking y me he comprado el uniforme para ir elegante, !no te jode!”.

Pocas palabras tan bien empleadas… que por algo se llaman pacientes.