-   


  

2490. Lunes, 25 agosto, 2014

 
Capítulo Dosmilésimo cuadringentésimo nonagésimo: "La edad madura es la época en que la cena romántica a la luz de las velas no importa tanto como leer el menú claramente con luz eléctrica" (André Maurois, 1885-1967, novelista francés).

Hemos evolucionado. Uno de los mejores ejemplos de este desarrollo es la decoración de los bares. Antes entrabas y había colgados dos ristras de ajos, cinco cacerolas de barro, tres perolas de madera, varias cucharas de palo, siete jamones en batería, un queso en aceite, boquerones en vinagre -en los que era difícil distinguir el perejil del moho- y un surtido de ensaladilla rusa más tiesa que la momia de lenin (que por eso se llama rusa, supongo).

Ahora entras y hay un cristal translucido, una caña de bambú, tres piedras sueltas, y una flor seca.

Y lo que es peor, algunos bares hasta tienen el suelo limpio. Así, ¿cómo vamos a recordar nuestra infancia pisando en un suelo tapizado de colillas, servilletas arrebujadas, palillos marrones, huesos de aceitunas y hasta alguna cabeza de gamba los domingos por la mañana? Nos quitan los recuerdos, y eso, por mucha evolución que se empeñen, no puede ser bueno.