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2346. Martes, 3 diciembre, 2013

 
Capítulo Dosmilésimo tricentésimo cuadragésimo sexto: “El que no tiene dos terceras partes de su jornada para sí mismo, es un esclavo”. (Friedrich Nietzsche, 1844-1900, filósofo alemán).

Odio con toda mi alma la luz fluorescente, y me parece que es una animadversión razonable y una manía justa. Como casi todo artilugio, cuando funciona bien, puede soportarse, e incluso uno se acostumbra a leer o trabajar bajo la especial luz de neón, que sistemáticamente trastoca colores y matices. Lo desagradable hace su aparición cuando el tubo, cansado o gravemente enfermo, comienza su larga agonía y se va oscureciendo poco a poco, o, peor todavía, empieza a emitir zumbidos y parpadeos estertóreos.

Yo pasé toda una tarde soportando los estremecedores latidos luminosos del nefasto artificio fluorescente y su estridente pitido, y creí volverme loco. Me puse tapones en los oídos e intenté durante do horas trabajar sincronizando mis párpados con los del tubo, pero no puede lograrlo. Por último, sin concluir lo que tenía entre manos y desquiciado por la diabólica tortura física y mental, hube de practicar, en el colmo del paroxismo, la piados y necesaria eutanasia de cárgamelo a paraguazos.

Descanse en paz.