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2156. Martes, 22 enero, 2013

 
Capítulo Dosmilésimo centésimo quincuagésimo sexto: "Hoy no sabía que ponerme y... me puse contento" (Ernesto V. 23 años, parado)

Nacer es algo tan importante que no debería ser confiado a los niños. Menos aún a niños tan pequeñitos como los que están naciendo últimamente. Hasta que la gente no nazca lo suficientemente madura como para ser responsable las cosas no van a mejorar.

Lo ideal sería que los muertos naciesen y los niños desnaciesen, Es decir, que se naciese ya muerto de viejo y se fuera recorriendo el camino de la vida a la inversa, como los salmones remontan el curso de los ríos, rejuveneciendo lentamente hasta llegar a la infancia, al estado de bebé, y una vez en él, de un gracioso saltito regresarían al claustro materno donde se desharían lentamente durante nueve meses. Todo el movimiento de poblaciones sería como una película pasada al revés, y la población mundial iría descendiendo poco a poco, siglo a siglo, desmultiplicándose.

Hasta llegar a Adán y Eva. Pero cuidado con ese momento. Cuidado con la manzana. Porque a partir de ahí, todo podría volver a empezar. Sería interesante que en ese momento Adán y Eva descomiesen la manzana en lugar de recomerla. Eva se integraría otra vez en su costilla y Adán se fundiría de nuevo con el barro algo que, tal y como van las cosas sería la única manera de no acabar con el mundo.