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2077. Jueves, 6 septiembre, 2012

 
Capítulo Dosmilésimo septuagésimo séptimo: "Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo (José Ortega y Gasset 1883 - 1955; filósofo español)

El papel de culo (higiénico) apareció por primera vez en su forma actual en 1857. Hasta entonces las alternativas eran tantas y tan variadas que nadie se había planteado aprovechar esos momentos de intimidad para calmar la sed de conocimientos.

Desde los romanos, muy finos ellos, que utilizaban una esponja adherida a la punta de un palo y sumergida en agua salada, hasta las muy apañadas y reutilizables conchas de mejillón, pasando por todo tipo de hojas, hierbas, o -los más prácticos- la mano, aquello era un acto íntimo sin más historia que mantenerse a la espera de que el cuerpo quisiera ponerse en marcha. Algo no siempre fácil.

El caso es que, casualidad o no, también por aquellos años en que se ponía en marcha el invento, empezaron a aparecer publicaciones (la más famosa se llamaba Almanaque del Granjero) que se hicieron muy populares por venir con las páginas fáciles de arrancar y tener un agujero perforado para poder colgarlo en la pared. Casualidad o no, digo, pero si tenemos en cuenta que aquellos primeros papeles de culo, por muy empapados de aloe que decían que estaban, se hacían con incrustaciones de astillas para darle mayor resistencia, puede no resultar muy complicado imaginar cual se usaba para qué y cual para nada.

Por eso, una de las grandes cuestiones de la humanidad aún no resuelta es determinar si el material de lectura que tanta gente se lleva al retrete se desarrolló, en principio, como una necesidad para relajarse y ya de paso -en un momento ¡eureka!- se acabó usando para el fin final, o si principalmente se llevaba para el fin final y ya de paso acabo usándose como material relajante antes de su uso.

Lo que si parece claro es que pocas cosas han hecho tanto por la cultura en el último siglo como el estreñimiento. Y cuanto más, más.