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2055. Miércoles, 4 julio, 2012

 
Capítulo Dosmilésimo quincuagésimo quinto: “No sé si es muy caro o es que yo soy muy pobre. Posiblemente las dos cosas” ( Philip J. Fry, 25 años; ex-repartidor de pizzas)

He confesado en varias ocasiones mi adicción al café, una sustancia tan tóxica como cualquier otra y que de no ser por lo caras que salen las agujas, me inyectaría en vena cada tres horas. Sin embargo, leído lo leído por ahí estoy planteándome muy seriamente empezar una cura de desintoxicación que me aparte del sórdido, cruel y despiadado mundo de los cafeinómanos compulsivos.

El "Kopi Luwak", uno de los cafeses más fuertes y de mejor sabor que existen (y, aunque más difícil de encontrar que los del carrefour -y un poco más caro-, ya hay varias marcas que lo venden) esconde un terrible secreto. Según las instrucciones del paquete todo parece normal, granos procedentes de las plantaciones de Sumatra, Java y Sulawesi, recolectados por los nativos y recogidos después por el equivalente en aquellas tierras del Valdés del anuncio.

Pero en las "instrucciones" se saltan un paso: los nativos lo recogen, sí, pero después de que un marsupial se lo haya comido, lo haya digerido y lo haya defecado. Entonces, y sólo entonces, lo recogen.

Claro, dicen los estudiosos que son precisamente los ácidos y encimas del estomago de este animalito las que modifican las proteínas de estas semillas dándole un especial sabor que recuerda al chocolate.

A chocolate... ya. Podía hacer un chiste fácil pero casi lo dejo aquí. Al fin y al cabo mierda que no mata en gorda. Y nunca mejor dicho.