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2035. Miércoles, 6 junio, 2012

 
Capítulo Dosmilésimo trigésimo quinto: "No te preocupes demasiado por lo que digan. Nacimos para ser felices, no para ser perfectos” (Gregoria G. 84 años, jubilada)

Urgencia viene de urgir, como turgencia viene de turgir, y significa un ansia incomprensible por acumular el mayor número posible de actos inútiles entre la edad de la razón y la hora de la muerte. Al que le urge hacer algo es generalmente porque quiere sentir otras urgencias inmediatamente después de satisfecha la vigente; como aquellos a los que, llegada la hora de salir del trabajo, les urge ir a casa para terminar la riña que dejaron inacabada con su señora al acabar el desayuno, para después ponerse a cenar urgentemente y meterse urgentemente en la cama. Por ejemplo.

Pero la urgencia es relativa: una catedral medieval urgente se terminaba en un siglo y una cita urgente en tiempos clásicos se concertaba para la hora sexta, pongo por caso, es decir, como si ahora dijésemos: "Te veo urgentemente entre seis y ocho". Por eso, al contrario de lo que nos quieren hacer creer, hay pocas cosas que deban considerarse urgentes, y casi ninguna tiene que ver con un trabajo. Es más, las únicas urgencias comprensibles y justificables son las naturales.

A la primera mujer de don Carlos II de Habsburgo, el Hechizado, por ejemplo, como consecuencia de un incidente de caída de caballo en el transcurso de la cual dos caballeros de la corte le vieron lo que no debían verle (anverso y reverso) (situación que despertó las iras celosas del rey), una dama de la corte le preguntó: "Pero señora, ¿por qué no llevaba bragas?", a lo que ella respondió, como la cosa más natural del mundo: "Pues para no poner obstáculos a las urgencias del Rey".

Práctica la señora.