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1969. Jueves, 16 febrero, 2012

 
Capítulo Milésimo noningentésimo sexagésimo noveno: "La diferencia entre genialidad y estupidez, es que la genialidad tiene límites. (Proverbio italiano)

Ayer, aprovechando un ataque de masoquismo causado por unas entradas gratis prohibidasuventa, visité arco y he llegado a una conclusión: el arte es una cosa muy seria, por eso se vende. Los modernos que antes sólo ponían los ojos en blanco cuando el camarero les servía unas lenguecitas de canario sobre coulis de frambuesa al aroma de hinojo o cuando veian pasar una tía buena por la calle, ahora también sacan las órbitas delicadamente cuando se les presenta un jarrón chino o un bronce con caballito o un bargueño con polilla y muchos cajoncitos o una pintura llena de mugre. El moderno pregunta por el precio y rapidamente se echa mano a la cartera del riñón y lo paga. Por una jofaina un poco historiada hay gente que paga un dineral para colgarla luego en la cabecera de la cama de su dormitorio ecléctico... que eso se lleva mucho ahora, (además, definir algo como ecléctico siempre suma puntos). Y si saliera un orinal del siglo XV habría navajazos en el hipocondrio del rival.

No es para menos. Una vez comprada la pieza el moderno se lleva el trasto y lo coloca en un puesto de honor. Al día siguiente invita a una copa a unos cuantos amigos y con el licor en la mano canta las excelencias del artefacto. Como es natural las amistades se mueren de envida y se sienten unos desgraciados por no poseer un trasto igual. Pero como son gente de pasta la cosa se remedia enseguida. A la mañana siguiente salen despendolados a la busca y captura de un esperpento parecido y cada cual encuentra la suya: un ataúd reutilizable, un perchero con forma de televisión en 3d, una mierda disecada de un perro miope expertizada por algún erudito con certificado de autenticidad. Y muy contentos y felices las amistades se llevan los trastos a casa y los colocan en un puesto de honor. Al día siguiente invitan a una copa a unos cuantos amigos y con el licor en la mano cantan las excelencias del artefacto mientras los invitados se mueren de envidia y se sienten unos desgraciados por no poseer un trasto igual.

La onda expansiva cunde y el mercado sigue su curso. El traje del emperador adaptado a los tiempos.