Capítulo Milésimo noningentésimo vigésimo primero: “Relaciones a distancia, felices los cuatro” (Proverbio colombiano) Siempre está bien aprender de nuestros antepasados, especialmente cuando sus costumbres, además de sanas, pueden ayudarnos a salir del antro de perversión e inmoralidad en el que estamos sumidos.
De los celtas, por ejemplo, un pueblo antepasado de (casi) todos nosotros y que, en sus leyes, disfrutaba de distintos tipos de matrimonio establecidos de acuerdo con la clase social y la situación económica de los contrayentes (y no como ahora, que está tan casado un
funcionarioautonómico como una cajera del
carrefour). Si la mujer –por lo general
buenorra (aunque para gustos colores)- no aportaba al himeneo ninguna dote, aparte de sus encantos naturales, el matrimonio se celebraba por un año, de mayo a mayo (no fuera que los
encantosnaturales no dieran más de sí), pudiendo el marido –por lo general
de posibles-, una vez transcurrido dicho plazo, tomar otra esposa, llamada
temporera, menos agraciada que la primera pero de condición más elevada, es decir, con una dote más sustanciosa, y que tenía derecho a disfrutar del marido a cambio de compartir la susodicha dote con él; mientras, la primera esposa era despedida con un suculento finiquito para, usando la pequeña fortuna obtenida, reciclarse como nueva
temporera. Y sí, para los más susceptibles, cuando la riqueza la aportaba la mujer, era el marido pobre quien asumía la condición de temporero.
Todo un ejemplo en la redistribución de la riqueza… aunque –y nunca llueve a gusto de todos- algunos íbamos a sentirnos discriminados. Claro que ¿cuándo hemos importado los feos ¡y encima! pobres? Pues eso.
Hasta el lunes pues.