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1775. Lunes, 28 febrero, 2011

 
Capítulo Milésimo septingentésimo septuagésimo quinto: “Esta es la primera época en la que se piensa seriamente en el futuro, lo cual es irónico, ya que es probable que no tengamos ninguno”. (Arthur C. Clarke, 1917-2008; escritor británico)

Alguien me ha regalado una esfera. Tenía yo ganas de poseer un globo terráqueo y el globo terráqueo, como una fruta pimpante, se ha posado sobre mi mesa de trabajo. No es esta esfera ni muy grande ni muy pequeña. Si fuera grande, me produciría una impresión de esfera de menaje pedagógico escolar. Si fuera muy pequeña, no se verían los nombres de los continentes, de las naciones, de los mares, de las islas. Diríase, en imagen de Gómez de la Serna, un balón de fútbol en traje de luces o un globo de feria sin la amenaza de convertirse en un higo morado. Ahí está el mundo, nuestro mundo, representado como una lección esquemática: una bola de billar grande, envuelta en una bandera de colores. Colores amarillos, verdes, rojos, rosa, siena, morados para la tierra, y colores en diversas escalas de azul, para los mares que dan, como un tiovivo, vueltas y más vueltas.

Ya sé que en los tiempos del gps y del googlemaps, en los tiempos de la antesala de la teletransportación, tener una bola del mundo es algo ilógico, absurdo y, lo que es peor ahora: anticuado, pero a ciertas edades la nostalgia es mucho más fuerte que cualquier nueva tecnología… aunque sólo sea de forma simbólica.

Que podremos ser mayores, sí, pero no tontos.