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1750. Lunes, 24 enero, 2011

 
Capítulo Milésimo septingentésimo quincuagésimo: "Por bueno que sea un caballo siempre necesitará espuelas" (Proverbio inglés)

Dicen que fue el amor y la desesperación por la repentina muerte de su esposo, Felipe el Hermoso, lo que oscureció el juicio de la hija de los Reyes Católicos, Juana. Los hay, sin embargo, que, más prosaicos, afirman que su desequilibrio mental venia de familia, pues su abuela, Isabel de Portugal, también sufría una enajenación parecida. Sea como fuere, la cosa es que, salvo situaciones muy especiales, no suele darse el caso de que una esposa muera de amor por su marido. También es verdad que mucho menos se ha dado que un marido muera de amor por su mujer.

Más bien al contrario. No hace falta fijarse mucho para comprobar que pocas cosas hay tan conflictivas para poder desarrollar el amor como un marido. Por un marido inoportuno murieron Los amantes de Teruel. Otro marido, más activo y violento, acabó con la vida de Macias atravesándolo con un venablo cuando el poeta estaba asomado a la ventana de su prisión entonando apasionadas trovas. Hasta se cuenta la historia, muy repetida, del marido que le sirve a la esposa adúltera el corazón de su amante bien guisado y aderezado, lo que provoca que la mujer se tire por la ventana.

Son ellos, casi siempre son ellos. Los maridos siembran la desgracia por donde pasan. Son como al peste. Y algunos, ¡ingenuos! siguen extrañándose de que la gente normal encuentre el matrimonio una institución tan sospechosa.