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1673. Lunes, 13 septiembre, 2010

 
Capítulo Milésimo sexcentésimo septuagésimo tercero: "Estar aburrido es la forma más fácil de pasar el tiempo, y la más larga" (Delfín P. 56 años, farero)

La vagancia, mi estado natural, suele ir casi siempre acompañada de uno de los peores pecados que, según parece, se pueden cometer hoy en día: el de aburrirse. Ser acusado en público de aburrirse es peor que ser sospechoso de robar la caja de una sociedad protectora de animales o decir que las crías de oso panda son una cosa asquerosa (que lo son). Aburrirse es pecado, no hay derecho, es deprimente.

Y es justo ahí donde me sale el peluchereivindicativo. Quiero reclamar el aburrimiento. Vivimos en una sociedad que ha hecho del aburrimiento su nuevo enemigo. Nos dicen que hay que hacer esto y aquello sin parar, y quienes nos aburrimos y !lo confesamos! somos considerados, además de provocadores, locos o asociales, unos bichos raros que no sentimos curiosidad por nada, vivimos en la inopia, o, por qué no decirlo, que somos directamente idiotas por perder el tiempo de esa manera.

Peor para ellos. El aburrimiento, en lugar del infierno que se empeñan que sea, es una herramienta fundamental para descubrir quiénes somos. Quien sabe aburrirse es lo suficientemente valiente como para enfrentarse a sí mismo. El aburrimiento, en dosis controladas, es un lujo. Y yo no estoy dispuesto a perdérmelo.

Aprovechando el lunes, sesión intensiva.