-   


  

1663. Lunes, 30 agosto, 2010

 
Capítulo Milésimo sexcentésimo sexagésimo tercero: “¿Cuánto deben durar las vacaciones? Lo suficiente para que tu jefe te eche de menos, pero no tanto como para que se dé cuenta de que se las puede arreglar sin ti” (Inocencio L. 32 años, contable)

Digan lo que digan las lenguas de vecindonas (y olé) ningún ornitólogo, -que son esos señores que se pasan la vida estudiando pájaros-, ha visto jamás a un avestruz esconder la cabeza bajo la arena para escapar de un peligro.

El animalito en cuestión usa varias estratagemas ante el acoso de un depredador. La primera es la huida: en caso de necesidad llega a alcanzar los 70 kilómetros hora. Otra maniobra, que suele usar cuando anda cuidando a sus polluelos o vigilando la puesta, es la de distraer al intruso. Ante los ojos de éste, el ave echa a correr en zigzag con las alas colgando, para simular que está herida y, por lo tanto, que es una presa fácil.

La tercera estrategia es más sutil: ante una amenaza, el avestruz se acuesta con el cuello tendido a lo largo del cuerpo para disimularlo mejor. Por un efecto de espejismo puede dar la impresión de haber desaparecido del paisaje.

Descartado lo de salircorriendo -no tengo ya edad para andar entrenándome en un cuarto y mitad de maratón. Descartado moverme en zigzag por mitad del pasillo para distraer al depredador (jefe acechando cargadito de carpetas), -se trata de no trabajar no de acabar en el psiquiátrico-. Por lo tanto, sólo me queda probar la tercera técnica de las que usa el avestruz consigue pasar desapercibido: fundirme con el paisaje. Lo intentaré, aunque me temo que el color de la mesa no ayude mucho a que los susodichos depredadores -que están a punto de abalanzarse sobre mi sedientos de soltar papeles después de unos míseros días de descanso-, no acaben localizándome. Por muy bien que me camufle. Son como hienas.

¡Puñetera manía de tener que volver al trabajo! Ya son ganas.