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1630. Martes, 8 junio, 2010

 
Capítulo Milésimo sexcentésimo trigésimo: “Quien da primero, da dos veces" (Lucio Anneo Séneca, 4 a. C.- 65; filósofo romano)

Que "romanticismo" y "desenfreno" pueden ser dos conceptos perfectamente compatibles (e incluso complementarios) es algo fácil de comprobar a lo largo de la historia. Así, en las bacanales romanas o en las dionisiacas griegas (típico ejemplo de fiestas desordenadas en las que era normal -aparte de los habituales disfraces de sátiros, silenos o ninfas- que los hombres fueran vestidos de mujer y las mujeres de hombre) se bebía y se bailaba sin parar hasta alcanzar el éxtasis, momento en el que los unos se entregaban a los otros.

Lo normal, vamos.

Pero una cosa podía llevar a la otra… y de aquellos polvos también salían sus correspondientes lodos. Cuando los arqueólogos desenterraron Pompeya encontraron en las paredes de los sitios destinados al desenfreno carnal numerosas declaraciones de amor románticas y sinceras de los crápulas que en ellas participaban.

Ellos también tenían su corazoncito.

También hay que tener en cuenta que estamos hablando de romanos, un pueblo que en cosas del amor, tampoco estaba acostumbrado a poner muchos reparos. Solo hace falta ver la recomendación que hacía uno de sus poetas satíricos, Juvenal, para resolver tan fisiológica necesidad:
"... si duerme el amante, se manda a cada una que lo despierte; si no lo encuentra, se recurre a los esclavos; si no aparecen esclavos, se paga un aguador; si no se encuentra éste y aún faltan hombres, no vacilar en echar mano de un asno".
Dicho en otras palabras: ante la jodienda no hay enmienda, refrán español mucho más descriptivo que la delicada poesía romana. Aunque venga a decir lo mismo.




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