Capítulo Milésimo sexcentésimo duodécimo: “Puede suceder lo que sea.. que siempre hay uno que dirá que ya lo veía venir” (Proverbio francés) No tiene nada que ver con una relación estable -que suele basarse en el cariño, el interés, la admiración o en otras miles de razones que hacen que esa unión sea firme aunque no sea necesariamente satisfactoria-; si hay un sentimiento que las personas nunca experimentan por conveniencia, ése es el enamoramiento. Pocos procesos como el de
arrebatarse por otro (
enchocharse que dicen en mi pueblo) es tan sincero, espontáneo y abrumador. Lo curioso del caso es que, aunque nadie sabe por qué, todos los estudios sobre el tema afirman que las tres o cuatro veces que -como media- nos ocurre a lo largo de la vida, lo hacemos de gente parecida, ante personas que, aunque puedan tener apariencias distintas, poseen rasgos físicos o psicológicos muy similares. Vamos, que la clave del asunto no la tiene el otro y sus características (por muy
tremendas que estas sean), sino uno mismo y sus gustos, algo que -y eso es lo bueno- nos deja cierto margen de maniobra (esperanza) a todos aquellos que, además de ser ya bastante talluditos, somos feos y pobres.
La pena es lo poco que dura, porque cuando la pasión va enfriándose y dando paso al amor –lo que no siempre sucede-, el proceso bioquímico que nos ha vuelto t
ontos perdidos durante unos meses pierde efervescencia, se diluye el misterio... y acaba. Entonces nos conocemos más, pero nos seducimos menos. Aunque eso sí que es ya otra historia.