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1612. Martes 11 mayo, 2010

 
Capítulo Milésimo sexcentésimo duodécimo: “Puede suceder lo que sea.. que siempre hay uno que dirá que ya lo veía venir” (Proverbio francés)

No tiene nada que ver con una relación estable -que suele basarse en el cariño, el interés, la admiración o en otras miles de razones que hacen que esa unión sea firme aunque no sea necesariamente satisfactoria-; si hay un sentimiento que las personas nunca experimentan por conveniencia, ése es el enamoramiento. Pocos procesos como el de arrebatarse por otro (enchocharse que dicen en mi pueblo) es tan sincero, espontáneo y abrumador. Lo curioso del caso es que, aunque nadie sabe por qué, todos los estudios sobre el tema afirman que las tres o cuatro veces que -como media- nos ocurre a lo largo de la vida, lo hacemos de gente parecida, ante personas que, aunque puedan tener apariencias distintas, poseen rasgos físicos o psicológicos muy similares. Vamos, que la clave del asunto no la tiene el otro y sus características (por muy tremendas que estas sean), sino uno mismo y sus gustos, algo que -y eso es lo bueno- nos deja cierto margen de maniobra (esperanza) a todos aquellos que, además de ser ya bastante talluditos, somos feos y pobres.

La pena es lo poco que dura, porque cuando la pasión va enfriándose y dando paso al amor –lo que no siempre sucede-, el proceso bioquímico que nos ha vuelto tontos perdidos durante unos meses pierde efervescencia, se diluye el misterio... y acaba. Entonces nos conocemos más, pero nos seducimos menos. Aunque eso sí que es ya otra historia.