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1605. Viernes, 30 abril, 2010

 
Capítulo Milésimo sexcentésimo quinto: "La luna y el amor cuando no crecen, disminuyen”. (Proverbio portugués)

Son ya varios los estudios (la gente se pone a estudiar de todo) que relacionan el tamaño de dos conguitos que cuelgan de la entrepierna masculina con la fidelidad de sus dueños. En la Universidad de Chicago, por ejemplo, un tal Bruce Lahn se ha entretenido en estudiar la evolución del esperma –fabricado, al menos en gran parte, precisamente en esas canicas masculinas- en 12 especies de primates, incluido el hombre. En las especies más promiscuas como la de los chimpancés, en los que la reproducción no acaba con el coiteo sino que el esperma una vez en su interior tendrá que competir con el de otros machos para fecundar el óvulo (las chimpacesas son como son…) sus huevos se han desarrollado hasta alcanzar un tamaño mucho más grande que el que les correspondería por su envergadura (se supone que para aumentar sus posibilidades de paternidad); mientras que en los gorilas –donde la hembra -pobrecita mía- se aparea únicamente con el macho dominante, la cosa está bastante (pero bastante más) menguada.

Teniendo en cuanta que en las personas humanas (hombres) el tamaño medio es, precisamente, medio, es fácil sacar conclusiones sobre el comportamiento de las personas humanas (mujeres), a medio camino entre unas gorilas monógamas y unas casquivanas (1. adj. alegre de cascos. 2. f. Mujer que no tiene formalidad en su trato con el sexo masculino) chimpacesas. Nada nuevo salvo la conclusión de que sí, las responsables del tamaño, al menos a largo plazo, son ellas.