Capítulo Milésimo quingentésimo cuadragésimo tercero: "Las mujeres no necesitan estudiar a los hombres porque los adivinan" (Teresa de Cepeda y Ahumada, 1515-1582, escritora española) Parece que después de muchas semanas corriendo el agua por las calles y sonando, a lo lejos, las sirenas, ha dejado de llover. Tras la
tempestad, se diría que recuperamos, con cierto alivio, el mundo de siempre renovado y limpio.
Y sin embargo, nada vuelve a ser como antes: se ha mojado el libro en la mesita, hay una gotera justo encima de la tele y bajo los ladrillos mojados, en algún lugar
inencontrable de la fachada, un cortocircuito impide enchufar el ordenador al único sitio al que llegaba el cable sin tener que acoplarle unos cuantos enchufes del
todoacien.
En estos tiempos alarmistas y asépticos, las lluvias de invierno se perciben por los colores de la alerta y el número de litros caídos por
metrocuadrado. Es la vida, en todo caso, un libro no escrito cuyos renglones leemos sólo cuando ya no hay forma de borrarlos.
Me quedo con la percepción de niño, cuando aguardábamos el chaparrón para levantar presas en las cunetas, para meter despreocupadamente los pies en los charcos.
Es lunes, tengo sueño y me he puesto algo nostálgico. Mala combinación. Muy mala.