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1505. Martes, 17 noviembre, 2009

 
Capítulo Milésimo quingentésimo quinto: “No hay castigo más grave que una vida sin verte, dolor más profundo que tu ausencia, infierno más negro que tu indiferencia; el paraíso más simple… tenerte” (Pilar en el blog "ojalaquetevayabonito")

No sé conducir, no tengo carné (ni falta que me hace), pero me fijo mucho cuando viajo, por eso he llegado a la conclusión de que en todo el mundo (civilizado) los semáforos tienen tres colores: verde para que pasen los coches, amarillo indicando precaución y rojo que se detengan (soy listo, lo sé).

En todo el mundo menos aquí. Aquí no, aquí la cosa tiene sus matices. El verde significa que no hace falta que arranques hasta que el de atrás no te pite; el amarillo dice "acelera todo lo que puedas y no mires, sobre todo no mires" (por algo se llama también ámbar, que como todo buen conductor español sabe viene de "ambigüedad"); y el rojo, que tiene dos significados bien distintos en función del tiempo que lleve encendido: "se puede pasar pero muy deprisa" si estás dentro de los cinco primeros segundos (de hecho, si te paras, el de atrás te montará la bronca) y "joderconelputosemáforodeloscojones mecaguentoloquesemenea" el resto del tiempo que dura.