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1380. Viernes, 3 abril, 2009

 
Capítulo Milésimo tricentésimo octogésimo: "El trabajo sin prisa es el mayor descanso para el organismo" (Gregorio Marañón, 1887 - 1960; médico español)

Según los meteorólogos, esa especie de arúspices de la modernidad que en lugar de escrutar los higadillos de las ocas descifran las entrañas de un satélite, la diferencia entre una ola de frío polar y otra siberiana es que en el segundo caso el frío es extremo y en el primero nada más que intenso. Es un matiz, naturalmente. Más los matices son los que dan color a la existencia. Entre rascarme la barriga en el trabajo o tener todo el día disponible para poder hacerlo en casa, por poner un ejemplo, apenas hay una diferencia de matiz, una sutil liviandad, un ligero regusto, un leve cosquilleo. Y, sin embargo, hay un mundo de por medio. Malvivimos –malvivimos, entiéndase, espiritualmente- en una sociedad en la que los matices parecen sepultados cada día por el inmisericorde alud de lo grosero; en una cotidianidad de trazo grueso. De ahí que, cuando uno se topa con el frágil distingo entre intenso y extremo, le de por cavilar hasta qué punto se pueden establecer comparaciones entre uno y otro término. Y la única manera de salir de dudas es comprobarlo directamente.

En los últimos meses he comprobado lo de venir cada día al trabajo, a partir de ahora, y durante unos días, comprobaré lo de rascarme la barriga en casa, que ya toca. Cuestión de matices. Dejo el piloto automático puesto y vuelvo el 14 de abril, martes. Hasta entonces.