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1349. Martes, 17 febrero, 2009

 
Capítulo Milésimo tricentésimo cuadragésimo noveno: “El mayor castigo para quienes no se interesan por la política es que serán gobernados por personas que sí se interesan". (Arnold Joseph Toynbee 1889-1975; filósofo e historiador británico)

Aunque el anfetamínico showman que tienen como presidente los franceses acabe dejando a un lado al resto de países europeos, uno de los pueblos que más contribuyeron a la formación de Europa fue, sin duda, el de los los germanos, en aquella época divididos en multitud de tribus que luchaban entre sí y cuya enumeración, además de fatigosa, sobraría. ¿A quién le puede interesar las diferencias entre un frisón y un turcilingo?; ¿eran más aficionados a la cría de abejas los rugios que los usipetas?; ¿tenían mejor disposición para el patinaje en hielo los bátabos que los captos?; ¿eran más dados al baile típico los tencterios que los aduatucos? A nadie.

Sin embargo había dos cosas que les unían como pueblo. Una era su afición a las preguntas profundamente filosóficas; famosos fueron, por ejemplo, sus eternos debates sobre: ¿qué mitad de una mujer elegiríais, la superior o la inferior?

Y otra mucho más importante: su pensamiento -pilar fundamental de su organización social y jurídica-, que estaba basado en una sola premisa: el matrimonio no consiste en alcanzar una mayor o menor felicidad, consiste, simplemente, en estar casado.

Listos estos germanos. Por eso han llegado donde han llegado.