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1311. Jueves, 11 diciembre, 2008

 
Capítulo Milésimo tricentésimo undécimo: "Lo peor no es cometer un error, sino tratar de justificarlo, en vez de aprovecharlo como aviso de nuestra ligereza o ignorancia" (Santiago Ramón y Cajal, 1852-1934; médico español)

Uno de los cuentos que más a contribuido a desprestigiar a la siempre malmirada vagancia ha sido, sin duda, aquel que Samaniego copió de La Fontaine, (y éste a su vez de una fábula griega) en la que una pobre e indefensa -pero trabajadora- hormiga dejaba morir de hambre -por vaga- a una codiciosa y egoísta cigarra. Una fábula que no sólo está escrita con absoluto desconocimiento de las costumbres de los insectos, sino con una mala leche impresionante: calumnias, calumnias y más calumnias.

Pasando por alto el pequeño detalle de que las cigarras apenas viven unas cuantas semanas (... si suelen morir antes de que empiece el invierno, ¿para qué iban a querer almacenar entonces algo las pobres?) y, digan lo que digan estos manipuladores, resulta que las cigarras no están desprovistas de virtudes domésticas: se ocupan de su hogar y de sus cigarritos tanto o más que la hormiga en su comunidad, y construye, en el silencio de su retiro, unas casas lo suficientemente resistentes como para no tener que recurrir a nadie.

Pero eso no es lo peor: la historia es justo al revés; las cigarras son tan buenas personas que de ellas se aprovechan descaradamente las hormigas quitándoles la savia que las pobres cigarras, con todo su trabajo, hacen brotar de las ramas de los arbustos. Las hormigas, aprovechándose de su superioridad numérica, empujan de malas maneras a la cigarra hasta quedarse con la planta; ni el lanzamiento de chorros de orina con los que la cigarra obsequia a sus muy aprovechadas compañeras para defenderse, logra disuadirlas.

Y cuando al cabo de su existencia efímera empieza a secarse el cadáver de la pobre cigarrita al sol, son precisamente las pervertidas y depravadas hormigas las que se lo reparten y, en ocasiones, ni esperan a que esté muerta del todo para lanzarse sobre la que consideran ya indefensa y de su propiedad.

Queda así al descubierto la verdadera cara de la trabajadora hormiga, y con ella una de las grandes mentiras que durante tanto tiempo han pretendido usar como ejemplo moral sólo para avergonzarnos y que no pudiéramos desarrollar nuestra verdadera vocación: ser vagos.

Basta ya de manipulaciones. Los buenos somos nosotros.