Lunes, primero de septiembre. Muy pocos estamos a la hora que tenemos que estar. Luego llegarán las habituales disculpas: los niños, el tráfico, la vuelta de vacaciones.. Sin embargo, cuando la actividad laboral incluye –al menos presuntamente- tratar con algún tipo de público, el retraso de unos se convierte, de forma automática, en trabajo acumulado para los demás.
Los galos tenían una costumbre extraña, -pero terriblemente efectiva- para evitar los retrasos, una convincente fórmula que hacía que todos estuvieran en su sitio y a su hora. Consistía en matar, sin excepción, al último que llegaba.
Quizá un tanto radical, pero hay que reconocer que muy, pero que muy, efectiva.
Nunca hay que subestimar a un vago vocacional cabreado.