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Miércoles, 9 julio, 2008

 
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"Todos los viernes se cruzaba con su prima y los dos disminuían el ritmo de su paso hasta llegar casi a pararse. Se preguntaban por sus respectivos padres y seguían adelante. Entonces, uno de los dos se volvía para preguntarle al otro alguna cosa: si había aprobado las matemáticas, cómo iban las clases de conducir, si iría a tal o cual concierto. Se contestaban sin dejar de andar y cuando ya era imposible oírse, ambos gritaban "ya hablaremos".

Después, volvían a encontrarse y era su saludo de nuevo protocolario y soso, pero de nuevo se alejaban diciéndose cosas a gritos a modo de sabrosas "notas a pie de conversación" de su insulsa conversación. Un día, él, ya lejos, le declaró su amor a gritos. Se casaron y hablaron poquísimo, excepto, por ejemplo, cuando él ya había subido al tren para un viaje de negocios y ella le había ido a despedir a la estación.

Este cuento que me permito ofrecerles está inspirado en una divertida observación de Josep Pla en su Quadern gris y quiere agradecer al espléndido prosista catalán, en este año conmemorativo, los buenos ratos pasados en mi preadolescencia leyendo sus crónicas de viaje en la revista Destino. Debió ser Pla, a juzgar por el libro de Cristina Badosa, hombre desaliñadísimo para las relaciones personales, quizás por su propia afición a una crónica humana casi entomológica. La observación a que hago referencia empieza así: "En este país tenemos una costumbre muy curiosa. Cuando nos encontramos, en la calle, dos personas, no tenemos apenas nada que decirnos. Pero una vez despedidos... Al final la distancia se hace tan larga que prácticamente es imposible oír nada". Es entonces cuando se gritan su intención de seguir hablando. "Y cuando nos volvemos a encontrar, no tenemos nada que decirnos".

"No es infrecuente que dos personas mantengan animada conversación cuando hay algun amigo o enemigo presente y no parezcan tener nada que decirse cuando se quedan solos"

Mi cuento es menos duro y pesimista que la reflexión de Pla. Claro que también es posible un cuento en que la chica diga que sí porque entienda que él le ha dicho otra cosa, por ejemplo si quiere que le preste al día siguiente el walkman, pero no sea capaz de rectificar porque todo el pueblo ha oído cómo aceptaba la proposición sentimental del galán.

Algunas relaciones sólo son posibles en presencia de terceros, quizás por miedo al compromiso. No es infrecuente que dos personas mantengan animada conversación o incluso complicidades muy evidentes cuando hay algún amigo o enemigo presente y no parezcan tener nada que decirse cuando se quedan solos. Se teme la aproximación física o el rechazo de la aproximación física. O se trata en ocasiones de amistades muy especializadas: ¿quién ha dicho que deba uno o una casarse con quien más coincide en materia de fútbol, filosofía o murmuración? En la divertida observación de Pla, que no sé si se refiere al Empordà Petit, a toda Cataluña o al conjunto español, la función alcahueta/carabina del tercero está ejercida precisamente por la distancia. Lean a Pla, el hombre que quiso contar también todo lo pequeño por si se acababa."
Transmongoliano día 13: Ulan Bator