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1211. Miércoles, 25 junio, 2008

 
Capítulo Milésimo ducentésimo undécimo: "He descubierto que no hay forma más segura de saber si amas u odias a alguien que hacer un viaje con él." (Mark Twain, 1835-1910, escritor y periodista estadounidense.)

¿Hay que enamorarse de los sitios que nos deslumbran? la mayoría de quienes escriben –sea por encargo, sea por elección- sobre una ciudad, sobre un país, sobre un viaje, suelen hacerlo. Siempre he pensado que es un error. Y es que, tras el primer contacto que suele cegar acostumbran a esconderse realidades escasamente susceptibles de inspirar tanta fascinación. Además, ese enamoramiento bien puede derivarse de una idea previa destinada a condicionar nuestras primeras impresiones para después, decepcionado por encontrase con otra cosa, el visitante termine por rechazar esa realidad que no concuerda con la que había previsto. De ahí que cuando el divorcio entre idea previa y realidad nos plantea un dilema, lo aconsejable sea suspender todo juicio hasta haberse familiarizado minimamente con los rasgos que definen esa realidad nueva.

Dicho sin tanta retórica coñazo: estoy intentando abandonar cualquier idea preconcebida -y tengo unas cuantas- ante un extraño viaje que me llevará a atravesar, a partir del viernes y durante más de veinte días, tres de los países más grandes de la Tierra subido a un mismo tren, un tren, -el Transmongoliano- que te prometen desordenado, sucio, desvencijado... pero completamente lleno de vida. Una experiencia curiosa que a buen seguro hará que termine diciendo una y mil veces lo mismo que Miguel de Unamuno cuando, después de mirar unos escaparates, comentó en voz alta “hay que ver hay que ver la cantidad de cosas que no necesito”.

Esto seguirá –espero- renovándose de forma automática cada día gracias a unos cuantos artículos que he copiado descaradamente de por ahí con la única intención de que el blog se actualice -a su aire- mientras estoy fuera.

Vuelvo el miércoles 16 de julio. Espero.