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1200. Martes, 10 junio, 2008

 
Capítulo Milésimo ducentésimo: “¿Crees que Dios sabía lo que hacía cuando creó a la mujer? Cuando Dios comete un error, lo llaman naturaleza. ¿Qué crees tú? ¿Es la mujer un error... o nos lo hizo a propósito?" (Jack Nicholson en Las brujas de Eastwick, 1987; George Miller)

Sin el diablo, la historia ha perdido parte de su encanto. Fue uno de los tipos más activos de todas las épocas y anduvo siempre entre los primeros puestos en los paneles de popularidad. El diablo, astuto, cruel, despiadado, lascivo y feo (según todos los que nunca lo habían visto) tenía como principal ocupación el adueñarse de las almas de los mortales, y para eso utilizaba las más variadas estrategias, como la de hacer que un viejo recuperara la juventud, proporcionar belleza arrebatadora a una feucha, o a un miserable la riqueza o a un rico el poder o a un poderoso la tranquilidad.

Explotaba el diablo hábilmente la inextinguible manía humana de desear lo que no se tiene. Algo que nunca falla.

Ahora que se ha decretado el cese del demonio, sabemos que todo lo que hacemos se nos ocurre a nosotros. Con el diablo, aparte de cargarles las culpas a otro, quedaba la esperanza de que la cosa se remediara con los conjuros, el arrepentimiento y la penitencia; ahora sabemos que todo es irremediable, que no hay influencia maléfica sino que el hombre es así por naturaleza y no hay esperanza de que mejore.

Con el diablo vivíamos mejor.

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