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1179. Viernes, 9 mayo, 2008

 
Capítulo Milésimo centésimo septuagésimo noveno: “Gritar es el esfuerzo de un cerebro limitado intentado expresarse” (Ardid femenino, 1938; George Stevens)

Teniendo en cuenta que -al menos anatómicamente- la zona sensible de la vagina de la mujer apenas supone el primer tercio de la misma (un espacio tan reducido que hasta el más pequeño de los penes adultos conocidos, que media 1,8 centímetros, podría hacer un buen papel), la eterna cuestión sobre la importancia -o no- de tamaño debería ser menor para el (muy desconcertante) sexo femenino a la hora de encontrar con quien retozar. Un dato que ampliaría bastante (pero bastante) las posibilidades de ellas y, de paso, dejaría fuera de juego a más de un fantasma que se pasa la vida presumiendo de la relación entre su (supuesto) tamaño y su (aún más supuesta) capacidad para impartir placer.

Pero que no cunda el pánico entre aquellos que basan su carisma (y/o su economía) en satisfacer al sexo opuesto proclamando las (presuntas) ventajas que proporcionarían unos centímetros de más. Tienen alternativas.

En casi todas las islas del Pacífico los espantapájaros que se construyen para vigilar los campos de arroz, y que están hechos con la paja de este cereal, presentan una característica un tanto particular consistente en exhibir determinada parte anatómica de una forma especialmente desarrollada: todos ellos muestran enormes penes en erección ya que existe la creencia de que un pene así contribuye a ahuyentar a los depredadores.

Una forma de ampliar el horizonte laboral de los heteros mejor dotados: ejercer de espantapájaros el resto de su vida. Algo muy de agradecer tal y como está la cosa del empleo estable. Hasta el lunes.

(Claaaaaro.. y ahora empiezo a entender porqué a mi no se me acercan los depredadores... es por eso... ¡Huy! esto último tengo que borrarlo no sea que salga en el post...)

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