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1172. Lunes, 28 abril, 2008

 
Capítulo Milésimo centésimo septuagésimo segundo: “Los funcionarios son como los libros de una biblioteca: los situados en los lugares más altos son los más inútiles" (Paul Masson, 1859-1940; periodista francés)

Pocas cosas han cambiado desde que en el siglo primero antes de Cristo empezaran a celebrarse las primeras oposiciones para "trabajar" de funcionarios. Ya entonces los exámenes duraban varios días y se presentaban para unos pocos puestos miles de candidatos.

Aunque en algo sí hemos avanzado. En aquellas épocas y durante el tiempo que se estuviera celebrando la oposición nadie podía, bajo ninguna circunstancia -ni tan siquiera por imperiosas necesidades fisiológicas- salir de la sala.

¿La solución al problema? Fácil. Los opositores acudían a las maratonianas pruebas equipados con sus correspondientes orinales, que usaban según sus necesidades a la vista de los demás aspirantes y, por supuesto, de los miembros del tribunal, en mitad de la sala.

Tengo mucha imaginación, pero reconozco que se me hace cuesta arriba pensar la forma en la que los sufridos opositores podían contestar correctamente cualquier pregunta, por fácil que fuera, respirando el ambiente en la sala después de que varios miles de personas llenaran sus correspondientes orinales una y otra vez. Tenía que ser algo que, inevitablemente, les marcara para el resto de sus vidas. Y las de sus descendientes.

Quizá desde entonces venga esa costumbre que tienen en casi todos los sitios públicos de, cada vez que vas a pedir alguna cosa (que encima suelen exigirte ellos mismos), ponerte cara de estar oliendo a huevos podridos, una cara de estreñimiento crónico en la que sin abrir la boca ya sabes que te están mandando a la mierda por haber interrumpido sus profundos pensamientos metafísicos entre el café con porra de las nueve y la primera caña de las once.

Hay que entenderlos. Ellos no son así, la culpa es de sus genes.

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