Capítulo Milésimo centésimo sexagésimo octavo: "Sólo podemos temer una cosa ¡por toutatis!, que el cielo caiga sobre nuestras cabezas. Pero eso no va a pasar mañana". (Abraracurcix, jefe galo)Sábado por la tarde, en el único canal de televisión que por aquella época emitía a esas horas,
Heidi, tumbada en la pradera de los Alpes junto a
Pedro, va imaginando animales a partir de las siluetas de las nubes. Al terminar el capítulo pocos fueron los que al salir a la calle aquella tarde no buscaron nubes con las que poder imaginar.
Lunes por la mañana, con su mala leche de siempre llega doña Isaura, "
la topo". Le toca explicar los fenómenos atmosféricos, rápidamente impone su realidad:
por muy de algodón que parezcan las nubes no son más que enormes y pesadas masas de agua que se sostienen en el aire gracias a la combinación de dos leyes físicas. Y el ejemplo que pone para rematar su matraca no puede ser más rotundo:
si una nube se desplomara sería como si cayeran de golpe 150 ballenas azules.
Tendría toda la razón del mundo pero, al igual que los trucos de magia se vuelven gansos y chapuceros en cuanto se destripan, aquella cruel explicación mató buena parte de mi imaginación preadolescente. Podían haber esperado un poco más. Desde entonces, mirar al cielo no volvió a ser lo mismo. Nunca.