Capítulo Milésimo centésimo sexagésimo quinto: "Todos los cerebros del mundo son impotentes contra cualquier estupidez que esté de moda". (Jean de La Fontaine, 1621-1695; poeta francés)Ayer tuvimos una reunión para, según la convocatoria, "
Implementar nuevos criterios de trabajo". Ni idea del significado de la palabra al entrar (aunque muy bueno no podía ser si iba en la misma frase que "trabajo") y ni idea al salir. Los psicólogos que lo invaden todo; son los nuevos sastres del cuento aquel en el que nadie se atrevía a decirle al emperador que no llevaba traje después de que ellos se encargaran de vender que sólo los
listos y
modernos podían verlo.
No es la primera vez que nos
cazan. Suele pasar un par de veces al año coincidiendo -casualmente- con que algún amigo de quien decide estas cosas crea un programa informático repleto de gráficos
naif (así se ahorran un dibujante) y unas casillas en las que poner crucecitas que cada vez son más pequeñas.
Aunque todos sabemos que ni tan siquiera lo leen, siempre nos tragamos sin rechistar la hora y media larga de explicaciones sobre lo importante que resulta para el
futuro del hambre en el mundo, el
entendimiento entre civilizaciones y hasta para el
cambio climático, pensar bien cada respuesta antes de contestarla. Luego, todo se reduce a hacer una quiniela rebosante de empates, pero -y ahí sí los entiendo-, no sería políticamente correcto si no adornaran la historia con "
gestiones globales", "
establecimiento de directrices" y otras frases comodín sacadas de "
cómo hablar cuatro horas sin decir nada"
De todas formas hay que reconocer que queda bien, nos hace sentir modernos y hasta ampliamos el vocabulario
técnico. Y eso siempre es bueno para moverse por la vida. Además, esta vez ha sido la reunión a la que más gente ha asistido, y aunque las malas lenguas digan lo contrario, yo estoy completamente seguro de que no tenía nada que ver con que fuera la primera a la que asistía la flamante nueva
subdirectora -en su calidad de tal-, recientemente ascendida desde sus tareas administrativas gracias a un romántico calentón -que todavía dura- con el jefe.
Es el amor que rompe barreras y nos une.