-   


  

1112. Miércoles, 23 enero, 2008

 
Capítulo Milésimo centésimo duodécimo: "Apresúrate despacio" (Octavio Augusto, 63 aC-14; emperador romano)

Hay dos frases estrellas que parecen ir incluidas obligatoriamente dentro de mi mísero sueldo laboral.

Una, cada vez más en desuso aunque todavía tiene sus entusiastas, es el famoso "usted no sabe con quién está hablando" pronunciada por quien, hasta que le has negado alguna de sus descabelladas pretensiones, resultaba ser el más ferviente de tus admiradores.

La otra, mucho más de moda que para eso hay ahora tantos canales de televisión, se suele producir en las mismas circunstancias que la anterior: te piden algo, tú se lo niegas y toda la amabilidad mantenida hasta ese momento se transforma en rotundo: "pues te voy a meter una reclamación que te vas a cagar". Una frase que adquiere un sentido extraño cuando es pronunciaba por quien minutos antes te acaba de relatar (con todo lujo de detalles) sus dificultades de transito intestinal, sin darse cuenta que él mismo posee la solución más efectiva a su problema evacuatorio.

Lo de las reclamaciones a instancias superiores, -amenazas unas, reales otras y con muy mala leche (casi) todas-, parecen venir de serie con algunas personas. Hace poco publicaban los periódicos la resolución de la historia de un incidente doméstico en el que la invitada a cenar a casa de unos amigos resbaló con un juguete que había en el pasillo; como consecuencia, habían estado diez años de pleitos con una reclamación económica de 25.000 euros. La decisión del Supremo fue clara: "una desgracia no siempre tiene un culpable". Por esta vez, la ley aplicó el sentido común y reconoció que no todos los comportamientos y sucesos de nuestra vida puedan ser fiscalizados y juzgados los hechos. Propongo declarar culpable, de oficio, al que denuncie tonterías.

,