-   


  

1015. Martes, 21 agosto, 2007

 
Capítulo Milésimo decimoquinto: "A mi me gusta mucho sonreír; sólo que no lo hago todo el rato, porque no soy perfecta" (Carmen, 6 años)

Lo que nos pasa no siempre coincide con lo que sucede a nuestro alrededor. Y no es un trabalenguas, ni siquiera algo ingenioso. Es algo bien sencillo de entender: hay veces que lo que nos pasa no coincide con lo que sucede.

En cuantas ocasiones no hemos podido disfrutar como hubiésemos querido de una íntima alegría porque en nuestro entorno hubiera quedado como una extravagancia; cuantas veces no pudimos demostrar tristeza porque al lado no querían escucharla; y cuantas veces no pudimos manifestar el afecto en exceso que nos hubiera apetecido porque, según con quien estuvieras tratando, pensaría que ronda por tu cabeza algún desequilibrio.

A veces pienso que ya estamos hechos a avanzar a trompicones como los canguros salvando las dificultades, disfrutando de las alegrías con el recelo permanente de que algo pasa, que no es posible ser feliz. Por una cuestión de supervivencia social nos hemos acostumbrado demasiado a sonreír ante las adversidades y a contener nuestra ganas de brincar ante las alegrías, porque... no sé por qué, no acabo de entender por qué. Llorar es sano y reír también, pero lo hacemos al revés demasiadas veces. Intentando engañar a quien no se engaña, que es uno mismo.

No sería mala cosa que empezáramos a aceptar con más naturalidad el poder expresar nuestras alegrías y nuestras desgracias, el lloro alegre y el lloro triste, a lo mejor conseguimos hasta enriquecernos compartiendo la contrariedad y los líos que se esconden entre lo que nos pasa y lo que nos sucede.

Por intentarlo...