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1023. Viernes, 31 agosto, 2007

 
Capítulo Milésimo vigésimo tercero: "Robar ideas de uno es plagio. Robar ideas de muchos es investigación". (Jaime L. 64 años, becario del C.S.I.C.)

Pues no, los señores jíbaros, estos indios de las regiones selváticas de Ecuador, Colombia, Venezuela y Perú famosos por reducir cabezas, no usan para su pasatiempo preferido ninguna suerte de poción secreta. Claro, es verdad que, al igual que cualquier otro producto artesano, la cosa tiene su técnica, pero basta un poco de maña y algo de práctica para que usted o yo reduzcamos con éxito una bonita cabeza.

Ya sé que es viernes y tocaba sexo (hablar de), pero hoy, aquí, y en exclusiva, peluche practico: bricomanía fácil, sección especial, capítulo dos. Y si en el primero aprendimos a hacer un igloo en 30 minutos, hoy, la auténtica receta artesana para reducir cabezas, siguiendo el método tradicional. Y explicada paso a paso.

- Uno: coger la cabeza con cuidado. La misión va a ser deshuesarla y quedárse con la piel que la envuelve, por eso se hace imprescindible tratarla con la mayor suavidad y delicadeza posible.

- Dos: coser los párpados y los labios. Evitaremos así que se deformen o se desgarren.

- Tres: con mucho cuidado y muy lentamente, seccionar la piel y separar la calavera.

- Cuatro: cocer la piel en agua mezclada con hierbas aromáticas, cortezas de árbol ricas en taninos y jugo astringente de una liana conocida chinchipi.
Llegados a este punto ellos, los jíbaros, empiezan a acompañar su trabajo con bailes y rezos sagrados. No son imprescindibles, pero resulta un detalle curioso a tener en cuenta ya que crea un ambiente más propicio. Anima mucho, sobre todo si hay otras personas delante.

- Cinco: en el rostro ya curtido introducir una piedra esférica caliente (que nos hará las veces de plancha). El calor irá encogiendo el tejido poco a poco por lo que conviene ir cambiando las piedras por otras cada vez más pequeñas hasta conseguir el tamaño deseado. Es importante que siempre estén calientes.

- Seis: coser, pintar de negro, untar con aceite y peinarle el pelo.
Y ya tenemos nuestra cabeza reducida y lista para colocarla en el mejor lugar de la casa. O incluso como bonito regalo de cara a esta Navidad que ya se nos echa encima.

Posiblemente, el único problema lo vamos a encontrar en el tiempo necesario para aprender medianamente bien la técnica. Sobre todo teniendo en cuenta que, aunque las primeras veces no nos importará practicar con cabezas en mal estado (incluso hasta es conveniente), después se hace imprescindible conseguir cabezas cuanto más frescas mejor, algo que, hoy por hoy, presenta algún que otro problema, y no por su escasez (¡anda y que no hay cabezas!) si no por una total y absoluta falta de colaboración de los propietarios de las mismas, empeñados en seguir con ellas encima de los hombros a pesar de que la mayoría no la van a usar nunca.

Hasta el lunes.