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978. Jueves, 24 mayo, 2007

 
Capítulo Noningentésimo septuagésimo octavo: El que recibe a sus amigos y no presta ningún cuidado personal a la comida que ha sido preparada, no merece tener amigos. (Jean Anthelme Brillat-Savarin, 1755-1826. gastrónomo francés)

Había oído -y dicho- yo piropos, (evidentemente nunca hacia mi persona -que me quiero mucho y eso, pero lo que é, é-) del tipo "!qué bueno estás!", o "¡estás para comerte!" en los que curiosamente se juntan dos de los grandes placeres de la vida: la comida y el "amor".

Tampoco es tan raro. Supongo que uno, por muy caníbal que sea, no está dispuesto a comerse lo primero que encuentre. Es más, si dejamos a un lado la "necesidad" (a buen hambre no hay pan duro), la historia deja claro que los caníbales son bastante escogidos a la hora de zamparse al personal.

Es habitual que se coman al guerrero a quien primero temieron y luego vencieron, como hacían ciertas tribus celtas de Irlanda, unos africanos llamados bijados o, y de esto hace apenas diez años, lo hicieron grupos de haitianos con los miembros de sus rivales, los temidos Tonton Macoute, en la creencia -que ya es creer- de que así heredarían su fuerza y su valor.

Claro que para caníbales prácticos los habitantes del orinoco venezolano, que con la disculpa de entrar en comunión con el fallecido, la familia no tiene otra cosa que hacer que comerse al abuelo. Cuando muere... por supuesto.

Decía yo que, si como ellos dicen, quieren entrar en comunión con el difunto, les sería más fácil importar alguna costumbre menos desapacible (algunos lo arreglan con una historia de transmutaciones en hostias sagradas y nadie se ha quejado... por ejemplo) pero también hay que reconocerles cierta sabiduría en su método. Entre lo que ahorran suprimiendo el entierro, (está caro morirse ¿verdad?) y lo que llegan a economizar al no tener que comprar comida durante una temporadita, lo de estos chicos es mucho más práctico. ¡Dónde va a parar!

... vejigas llenas