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945. Miércoles, 28 marzo, 2007

 
Capítulo Noningentésimo cuadragésimo quinto: "Como consecuencia de las leyes físicas que rigen el universo es más fácil abrir una botella que volverla a tapar, motivo por el cual es prudente dejarla vacía. (Gilbert Keith Chesterton, 1874-1936, escritor británico)

Un buen amigo, defensor a ultranza de los cócteles, acostumbra a torcer el gesto cuando, por aquello de enredar un poco, le pregunto si es verdad que el cóctel más bebido de toda la historia es aquel que con tanto mimo han preparado durante años y años los camareros de los bares y tabernas... echándole agua al vino que servían a sus clientes.

Y es que, a pesar de mi absoluta militancia en la abstinencia, siempre me ha llamado la atención la parafernalia que rodea a la coctelería. Empezando por el origen de la propia palabra, que tiene casi tantas teorías como tipos de ellos existen.

Momento Petete.

"Cóctel" es la castellanización de "cocktail", una palabra compuesta (como su propio nombre indica) por "cock" y "tail", es decir "gallo" y "cola", lo que llevó a algunos estudiosos del tema a establecer su origen en las peleas de gallos y más concretamente en los combinados de bebidas que se daban a algunos de estos animales para aumentar su agresividad. Combinaciones que luego pasarían a ser degustadas también por los propieetarios de los gallos ganadores.

Hay quien es más concreto y sitúa el origen de los cócteles en una pequeña ciudad de Virginia llamada Yorktown. Acababa el año 1879, cuando a un señor apellidado Flanagan, propietario de una taberna, se le ocurrió celebrar la rendición ante Washington del general inglés Cornwalles (que puso fin a la Guerra de la Independencia) inventando una combinación de distintos licores a los que llamó "bracer" (algo así como "estimulante") servidos, por idea de su señora, en unas copas adornadas con plumas de los gallos de su vecino.

Más contrastada está la que parece ser la historia más creíble. Corrían los últimos años del siglo XVIII cuando en la calle Royal, nº 437 de Nueva Orleans abría su botica un emigrante francés, Antonie-Amadee Peychaud, botica en la que se podían comprar todo tipo de brebajes, infusiones y elixires entre los que se encontraba uno original de Santo Domingo que alcanzó rapidamente un gran éxito, y que se servía en unos vasos para huevos llamados coquetier.

Sólo del origen de la palabra hay muchas más historias. Tiempo habrá. Mientras, y por aquello de que éste es un blog sobre todo útil, tantos hombres y tan poco tiempo desvela uno de los secretos mejor guardados por los especialistas en el tema: la tabla básica para empezar a mezclar. A pesar de sabérsela de memoria ellos nunca te la contarán. Pero Peluche la desvela en exclusiva.

Basta con "pinchar" la imagen. !Hala!