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801. Lunes, 21 agosto, 2006

 
Capítulo Octingentésimo primero: "Recordar es la única manera de detener el tiempo" (Jaroslav Seifert, 1901-1986, poeta checo)

Dicen que el transcurrir del tiempo crea hábitos más fuertes que los compromisos puntuales del calendario. Cada vez tengo más claro que para mí el año acaba cuando vuelvo de vacaciones. Vuelta a la rutina que la vida continúa.

Una vuelta a la rutina después de un largo viaje del que me siento completamente incapaz de contar detalles (algo que a buen seguro me agradeceréis). Ya quisiera yo ser escritor y poder retratar alguna de las sensaciones que he dejado atrás. No es el caso. Al final me tengo que conformar con una inmensa montaña de fotos (con unas notables excepciones: las que perdí dentro de la -también- perdida cámara de fotos en un taxi de Beijin), un adjetivo: XXX (póngase aquí el que cada uno prefiera usar para describir con una palabra unos días im-presionantes y multiplíquese varias veces), y un solo "pero": que se acabara.



Y lo primero que he tenido que hacer es asumir que en los próximos días sentiré la misma ambivalencia que llevo sintiendo ante cada principio de una nueva temporada: la inseguridad que me provoca saber que tengo nuevas cosas que hacer y viejas cosas de las que despedirme; y la tranquilidad que da el pensar que, pese a ello, lo que merece la pena conservarse permanecerá tal y como sea posible.

A por una nueva temporada.

Y empecemos por lo más básico: primera actividad relacionada con "estar en el trabajo": por discrepancias con mis jefes en cuestiones laborales he tenido que establecer unilateralmente mi sistema. No me han dejado más opción.

Yo creo que merezco "x", ellos se empeñan en pagarme "menos x", la solución, para no llegar a una bloqueo completo de las negociaciones, se me ocurrió a mi solito: trabajo hasta las horas que, según yo, me pagan de una manera justa y el resto del tiempo que tengo que pasar en el trabajo (por no sé que convenio de las narices), lo dedico a otras cosas que nada tienen que ver con él.

Por cierto, la única forma que conseguí que aceptaran mi propuesta ha sido no diciéndosela. Al fin y al cabo tampoco es cuestión de robarles un tiempo -que siempre dicen que no tienen- con algo que puedo solucionar por mi mismo.

Y como creo en la solidaridad y todo eso, la idea para quien la quiera, sin copyrights raros ni nada. Eso sí un consejo, no conviene valorarse mucho a la hora de establecer el precio, por lo menos que el sueldo mensual dé para currar un par de días a la semana. Hay que comprender que si trabajamos para ellos es porqué nos necesitan y tampoco conviene defraudarlos.

Podrían caer en una depresión y tampoco es eso, pobrecitos míos..