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778. Miércoles, 14 junio, 2006

 
Capítulo Septingentésimo septuagésimo octavo: "La mayoría pedimos consejos cuando sabemos la respuesta, pero queremos que nos den otra." (Harry S. Truman, 1884-1972, empleado de banca, agricultor y 33º presidente de los EE.UU de América)

Al final la verdad triunfa. Resulta que mis habituales problemas para venir al trabajo (a "trabajar" ya uno ni se lo plantea) no estaban causados por ser un holgazán redomado y un vago sin remedio, no. Es que soy clinómano.

Después de los correspondientes estudios clínicos, innumerables pruebas de laboratorio, búsqueda de posibles antecedentes y un detallado diagnostico diferencial con otras enfermedades que un servidor pudiera (o pudiese) padecer (entre ellas la kirstakosteoepsomanía, - tendencia a retorcerse constantemente el bigote-, la ganomanía, -obsesión por contraer matrimonio- o la ginecomanía, -deseo sexual insaciable por una mujer-) el diagnostico parece claro: padezco clinomania, una enfermedad crónica caracterizada por un solo síntoma: la inclinación o afición exagerada a permanecer en la cama o en decúbito horizontal.

Ahora a ser bueno y a cumplir escrupulosamente el correspondiente tratamiento que, como en todas las manías, será largo, muy largo, y con una evolución lenta, muy lenta. Con un poco de suerte hasta la jubilación.