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702. Lunes, 13 febrero, 2006

 
Capítulo Septingentésimo segundo: Existe gente que está tan llena de sentido común que no le queda el más pequeño rincón para el sentido propio" (Miguel de Unamuno, 1864-1936, filósofo y escritor español)

Dejando a un lado el insondable misterio del "cómo" se sujetan, (a buen seguro habrá algún grupo y/o departamento de alguna universidad realizando un sesudo estudio -con fondos públicos- sobre el tema), no le encuentro yo la gracia a esa moda tan extendida, e imagino tan incómoda, de llevar los pantalones lo más "caídos" posible.

Se pensaran que son "modernos". Pobres. Les convendría saber que, como casi siempre, no hay nada nuevo bajo el sol.

Mostrar, enseñar, presumir de ropa interior (al fin y al cabo el asunto tiene un fin exhibicionista- porque ellos pueden-) ya se puso de moda en los siglos XVI y XVII, aunque por entonces lo que se enseñaba no eran el último modelo de tanga o la marca de los calzoncillos sino la "gola", un cuello rígido de encaje y que no era otra cosa que la flamante ropa interior de moda de la época sobresaliendo por el pescuezo.

El miedo a la peste y la creencia de que el agua contaminada por ella podía atravesar los poros de la piel, hizo que la gente se dejara de bañar, pasando a ser el más limpio el que más ropa interior poseía y más blanca la llevaba. Las consecuencias nos se hicieron esperar: los "cuellos" empezaron a sobresalir como signo de higiene y de poderío.. cuanto más grande y más "plegada" era la "gola", mas importante era su propietario.

El tamaño, como siempre, marcando la diferencia.